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COVID-19: la ciencia detrás de las alternativas terapéuticas

El 14 de Mayo de 1776, el inglés Jenner inyectaba el primer esbozo de vacuna a un niño sano de 8 años, para combatir la temible viruela que asolaba en aquella época a la población europea y americana.  Pocos años después, en 1803, el español Balmis se embarcaba en la primera vacunación masiva de la historia alrededor del mundo. El objetivo era vacunar a todos los ciudadanos que habitaban el imperio español de América y Asia frente a la viruela, y terminaron vacunando, incluso, a los pueblos cercanos que se autodeclaraban enemigos del imperio. Desde entonces, la vacunación se ha convertido en una potente herramienta de prevención de enfermedades que ha cambiado la historia de la humanidad.

Hoy nos enfrentamos a una tragedia de consecuencias mundiales. El SARS-CoV-2, popularmente conocido por coronavirus y causante de COVID-19 es posiblemente la mayor pandemia mundial conocida hasta ahora. La pandemia no sólo ha alterado ya nuestro ritmo normal de vida, sino que además ya está teniendo repercusiones mundiales que modificarán el futuro de la humanidad, muchas de ellas inciertas a día de hoy.  

Copiado de https://www.linkedin.com/pulse/coronavirus-computing-opening-motion-sars-cov-2-spike-dmitriy-marin

Pero centrémonos en lo que me concierne y en el campo que más conozco, que es el científico. En estos últimos días he leído decenas de trabajos y publicaciones con las experiencias de quienes están trabajando en primera línea para atajar el desastre de la enfermedad. Investigadores, epidemiólogos, médicos, matemáticos de todo el mundo están publicando numerosos trabajos para aportar su granito de arena. Yo me he centrado exclusivamente en aquellas publicaciones que llevan un aval científico. Mi objetivo es recoger de forma muy breve todo esto y especular sobre qué tratamientos podríamos plantearnos para combatir el COVID-19. Lamentablemente no he trabajado nunca en el sector de los virus, con lo que mi conocimiento es limitado en este sector, pero sí en vacunas e inmunoterapia durante más de 20 años. Reconozco mis limitaciones en enfermedades infecciosas, en farmacología, en epidemiología y en muchas cosas más, por lo que todo lo que exprese a continuación no es más que una tormenta de ideas que debería ser contrastada con expertos de todas las disciplinas.  

Para empezar, me atrevo a decir que ahora mismo no necesitamos una vacuna, ya no estamos a tiempo. No necesitamos un método de prevenir el contagio de la enfermedad de inmediato. Esto teníamos que haberlo pensado antes. La crisis del SARS-CoV, hace más de 15 años nos avisó, pero sólo hubo una demanda temporal, ceñida al período de duración del brote. Más aun, el porcentaje de la población afectada fue limitado y se pudo controlar con fármacos. Hoy se sabe que la región infectiva del SARS-CoV-2 tiene un 92,2% de homología con la de SARS-CoV. Muy posiblemente, si en aquel momento se hubiera reaccionado, podríamos disponer de una vacuna y haber realizado vacunaciones masivas, que aunque no fuese eficaz al 100%, podría haber dado resultados y evitado la pandemia. ¿Significa esto que no tenemos que desarrollar una vacuna? Definitivamente es necesario desarrollarla. Ya hay prototipos en marcha que llegarán en poco más de un año. Ahora es el momento de la cabeza fría, no trabajar con la emoción de la situación que ahora vivimos. No es necesaria una vacuna para controlar el COVID-19. Cientos de pequeñas compañías se han lanzado a secuenciar y buscar una región del SARS-CoV-2. Recibo a diario decenas de propuestas y anuncios de empresa que dan soporte científico-técnico que empieza por: Nuestra tecnología ayuda a trabajar contra el COVID-19, o, nuestras plataformas esperaban al COVID-19. Si nos enfocamos en eso, tendremos la misma justificación que ocurrió con el SARS-CoV para no llegar a término con la vacuna.  Las vacunas que estén en marcha deben tener en cuenta las regiones infectivas de los coronavirus, y no del SARS-CoV-2 exclusivamente. Hay que buscar regiones comunes de diferentes coronavirus, identificar proteínas claves del virus y fabricar vacunas de más amplio espectro que, gracias a reactividad cruzada, puedan atenuar y controlar brotes futuros de un SARS-CoV-3, 4 ó 5. Igual que tenemos biobancos de numerosos tejidos biológicos, tal vez la OMS y otros organismos mundiales debería plantearse políticas de bancos de vacunas.

No es el momento de las vacunas. Ya llegamos tarde. Es el momento de sentarse a desarrollar vacunas para el coronavirus en general, que puedaN atenuar posibles brotes de nuevas variantes víricas

¿Y qué pasa con el tratamiento? Las enfermedades víricas raramente se tratan con éxito con un único fármaco. La alternativa son los cócteles de varias sustancias que bloqueen la progresión del virus desde diferentes frentes. Brevemente, hoy se conoce que SARS-CoV-2 se une al receptor de la célula humana ACE2 a través de la protuberancia que le da el nombre de coronavirus, donde se sitúa la proteína S. Tras este anclaje, el virus infecta a la célula con su cadena de RNA. Ya tenemos 3 puntos estratégicos: la proteína S del virus, el receptor ACE2 y todo el mecanismo necesario para replicar el RNA del virus, los conocidos retrovirales. Pero además, el virus está formado por una cápside proteica (además de la S, están las proteínas E y M), lo que le convierte en un objetivo estratégico de nuestro sistema inmune para producir frente a él una respuesta humoral a base de anticuerpos, y una respuesta celular a través de los conocidos linfocitos CD4+ y CD8+. El mecanismo inmunológico del virus ya ha sido identificado en un paciente que se ha curado de COVID-19. Por lo tanto, imitemos lo que ha hecho nuestro sistema inmune. A los 3 puntos estratégicos anteriores se nos une ahora el buscar anticuerpos de pacientes que hayan superado la enfermedad, y ser capaces de estimular la respuesta celular, bien con adyuvantes o bien con mediadores, como los interferones.

Estructura 360º de la protuberancia de SARS-CoV-2
Copiado de https://www.linkedin.com/pulse/coronavirus-computing-opening-motion-sars-cov-2-spike-dmitriy-marin

El tratamiento de las enfermedades víricas raramente se controla con un único fármaco. Por ello, conocer el funcionamiento del virus y de la enfermedad proporciona las pistas necesarias para entender por dónde se puede abordar su eliminación

Se nos abre un abanico de posibilidades donde los pacientes agudos podrían ser tratados mediante inmunización pasiva, a base de transfusiones que contengan anticuerpos neutralizantes de individuos que hayan superado la enfermedad. Más aún, estas transfusiones pueden activarse con particular víricas o proteínas S recombinantes del virus que activen más aun la inmunización pasiva in vitro, de manera que el paciente que recibe la transfusión empiece a neutralizar el virus. Esto añadido a medidas combinadas de choque con retrovirales, bloqueantes o inhibidores del ACE2 que reduzcan el punto de unión del virus, y administrando estimulantes de la respuesta celular, como interferón, o incluso adyuvantes pueden ser una solución. Desde el punto de vista de seguridad del paciente es necesario estudiar si todo esto constituye “una bomba”, pero el tiempo apremia. Los modelos animales de COVID-19 no están perfeccionados aún al 100% por lo que los resultados que se obtengan de animales puede que no sean totalmente extrapolables al humano.

¿Es posible trabajar con todos los niveles de defensa a la vez? Aquí nos enfrentamos a otro problema mayor. Algunos de estos fármacos podrían no estar aprobados por las agencias reguladoras, pero más aún, no han demostrado eficacia clínica para la enfermedad. Sin embargo, nos enfrentamos a una pandemia sin procedentes y el uso compasivo para enfermos que pueden ser terminales parece una necesidad. Es necesario actuar rápido pero siempre bajo el paraguas de la responsabilidad y de proteger a todos los pacientes. Aquí no me cabe la mínima duda de que, desde su responsabilidad, todos están haciendo lo que está en sus manos.

Más que nunca se necesita un equipo que coordine la enfermedad, con visión estratégica, científica y conocimiento de a dónde queremos llegar. Es el momento de juntar diferentes disciplinas y pensar como una supermind que nos haga ver todos los puntos de vista. Es el momento de olvidarnos de intereses particulares. La vida de miles de personas está en riesgo. Hemos llegado tarde a salvar la de miles, no esperemos más. Y cada uno de esos, podemos ser nosotros…

El tratamiento de la alergia

Durante el año 2011 celebraremos el centenario del uso de la inmunoterapia como medida terapéutica para el tratamiento de la enfermedad alérgica. En estos 100 años las vacunas, conocidas también como extractos alergénicos, han evolucionado significativamente hasta convertirse en preparados farmacéuticos de alta calidad. Por lo tanto, entre aquel primer preparado, administrado en 1911 por Noon y Freeman en Londres, y las vacunas actuales, se ha producido una evolución significativa cuya composición y efectos han sido estudiados durante el último siglo. Sin embargo, los fundamentos en los que aquellos primeros extractos se basaban y los actuales, apenas han variado en todo este tiempo.

El famoso refrán español “¿No quieres caldo?, pues toma dos tazas”, puede ser una forma de explicar lo que ocurre con la inmunoterapia. Lo que este dicho viene a decirnos es que por si no fuera bastante lo que el alérgico tiene encima, lo que hacemos es dar más cantidad para agravar la situación.  Bueno, pues muy lejos de la realidad, porque durante muchos años y en cientos de estudios se ha puesto de manifiesto que precisamente las segundas tazas son las que curan. En términos generales, la inmunoterapia consiste en la administración del agente responsable de la alergia en aquellos pacientes que la padecen. Esto es, si un paciente es alérgico a cualquiera de los miles de granos de polen a los que nos exponemos durante la época primaveral, la inmunoterapia consiste en tratar de que el paciente no reconozca como extrañas esas partículas, acostumbrando a que el sistema inmune no las reconozca como agentes agresivos. Para ello, lo que se administra son cantidades controladas de ese polen con el fin de que el organismo se familiarice al encontrarse con estas partículas en nuestro organismo.

Formas de administración de la inmunoterapia se han ensayado por diferentes vías, incluida la nasal o la sublingual, pero sin duda, la vía inyectada ha demostrado ser la más eficaz con diferencia, respecto a las anteriores, puesto que garantiza un estrecho contacto de la vacuna con el organismo, estimulando directamente las células y los mecanismos implicados,  responsabiliza más al paciente a tener que ponerse la dosis y da una garantía indiscutible al ser administrada por un profesional.

Con el avance de la farmacología han surgido diferentes productos que reducen de forma significativa los síntomas asociados a la alergia. Estos compuestos, más o menos eficaces dependiendo de la agresividad con la que actúan y los efectos secundarios que pueden producir, han demostrado ser eficaces, pero desgraciadamente, no para curar de forma definitiva la enfermedad, sino para producir una reducción de síntomas durante los momentos álgidos de la enfermedad. Aunque obviamente son una buena solución para incrementar la calidad de vida del paciente, éstos no revierten la enfermedad, sino que la enmascaran, haciendo que un elevado porcentaje de pacientes terminen desarrollando enfermedades mucho más severas como el asma alérgico.

Por lo tanto, la inmunoterapia específica con extractos alergénicos, obtenidos de fuentes naturales, se ha constituido como la única vía capaz de cambiar el curso de la enfermedad y hacer que el paciente recupere el estado asintomático normal. Es cierto que la evolución de estos tratamientos es lenta. Se requiere una media de 3 a 5 años de tratamiento y una constancia y un rigor en el paciente a la hora de administrarse las dosis adecuadas en los tiempos indicados. Estos inconvenientes secundarios se compensan con un incremento gradual de la calidad de vida y el no tener que depender continuamente de un cargamento de comprimidos anuales cada vez que la primavera asoma.